sábado, 27 de mayo de 2017

RAZONES DE LA INDIFERENCIA EL ARCHIVISTA COLOMBIANO FRENTE A LOS PROCESOS GREMIALES

Hay tres grupos de archivistas: los que se indignan por el nombramiento de un Historiador como director del Archivo General de la Nación, los que son indiferentes al nombramiento y los que ni se enteran de dicho nombramiento. Al primer grupo correspondería el 10% de los archivistas colombianos; al segundo y tercer grupo, el porcentaje restante.

Lo anterior nos obliga a preguntarnos ¿cuáles son las causas de la indiferencia del archivista colombiano ante los procesos gremiales y organizativos?

En un rápido sondeo con colegas archivistas, la primera palabra que surgió para describir el fenómeno de la indiferencia del archivista, fue: egoísmo. Actualmente los archivistas se caracterizan por la apatía hacia aquello que implique trabajo en equipo, organización colectiva y unidad de criterios para actuar conjuntamente para el desarrollo de acciones que beneficien al gremio; se es egoísta al no compartir experiencias, conocimientos y oportunidades, prueba de ello es que a la fecha no existe unidad de criterios en la interpretación e implementación de normas y procesos técnicos archivísticos (p.e. el concepto técnico sobre una tabla de retención revisada por dos profesionales diferentes), lo cual trae como resultado reprocesos y esfuerzos económicos para las organizaciones (“actualizar una tabla de retención, es hacerla de nuevo”, se dice comúnmente).

Se critica, por ejemplo, a la Sociedad Colombiana de Archivistas como si esta fuera un ente abstracto que debe desarrollar acciones milagrosas en defensa del gremio, sin ningún esfuerzo económico o administrativo de por medio; se exige acción gremial, sin ser partícipes de las reuniones y actividades que se realizan en pro del desarrollo profesional.

La esencia de todo lo anterior es el resultado de dos aspectos que conocemos ampliamente, pero que nos negamos a admitir para avanzar: la incapacidad de reconocer al otro y la forma como la gran mayoría de archivistas llegan a esta profesión:
1.    En primer lugar está la incapacidad de escuchar al otro, el afán protagónico y la certeza de “mi verdad absoluta”, es tal vez lo que no ha permitido construir comunidad, la generosidad para intercambiar experiencias, información, conocimiento y oportunidades. Prueba de ello es la falta de evolución en los procesos documentales de las organizaciones por donde han pasado diferentes profesionales archivistas, o la resistencia a construir colectivamente.

2.    En segundo lugar, se debe admitir, que a esta carrera (administración documental, ciencia de la información, sistemas de información, o como se llame) se ha llegado por medio de una oportunidad laboral y no por la vocación de ser gestores o custodios de la información contenida en soportes pasados, presentes y futuros; casi todos los archivistas (técnicos, tecnólogos, profesionales, posgraduados), fueron auxiliares de archivo o trabajadores ocasionales de algún proyecto de archivo o en alguna unidad de información, lo cual hace que se vea esta profesión como la oportunidad para escalar a nivel de cargo o salario, o para generar negocio. Y que, por lo tanto, no se le debe nada a la sociedad.

Visto lo anterior, quedan dos caminos por andar: resignarse al pasado, o pensar en los nuevos tiempos para el futuro gremial del archivista colombiano. Sobre el primer camino, solo queda redactar las memorias del gremio; sobre la segunda se avizora un ejército de jóvenes archivistas colombianos ávidos de construir memoria en el posconflicto, a quienes se les debe enseñar una nueva ética de compromiso y respeto con y por sus colegas y la profesión; ello es posible con el compromiso institucional de las escuelas de formación, el gremio, las organizaciones gremiales (como la Sociedad Colombiana de Archivistas) y los profesores que transmitan la pasión por el quehacer archivístico.

Ignacio Manuel Epinayu Pushaina

@ignacioepinayu

viernes, 14 de abril de 2017

LOS PRIMEROS PASOS DE LA LEY DEL ARCHIVISTA

A dos excepcionales seres humanos que conocí durante el tránsito de esta Ley: León Jaime Zapata (Q.E.P.D) y José Douglas Lasso Duque, mi gratitud es infinita.


Especial
Primicia Diario

La historia de la reivindicación de la labor archivística comienza con la creación de la Asociación de Colombiana de Archivistas – ACAR y aún no termina de la mano de instituciones constituidas al amparo de la Ley, el gremio en cabeza de la Sociedad Colombiana de Archivistas, las escuelas de formación en los diferentes niveles señalados en la normatividad colombiana, y de la mano de un número no determinado de personas que trabajan en los archivos de nuestro país.
La Ley 1409 de 2010, impulsada inicialmente por la Fundación Archiblios y su fundador José Douglas Lasso (Proyecto de Ley No. 163 de octubre 10 de 2005: presentado por el exrepresentante Luis Antonio Cuellar),  es el hito más importante para profesionales y trabajadores de archivos en Colombia, toda vez que se protegen los derechos de los profesionales archivistas y se establece el código de ética que rige su desempeño profesional. Transcurridos cinco años desde la expedición de esta importante norma, es evidente que se ha hecho un recorrido importante en su implementación, no obstante los tropiezos naturales en un gremio que se encuentra en proceso de consolidación.
El camino andado.
Con el posicionamiento del profesional archivista, al ser reconocido dentro un marco legal obliga paulatinamente a las entidades a contratar profesionales que cumplan con los estándares nacionales e internacionales en la gestión de documentos y archivos, como lo describe Carlos Zapata, exdirector del Archivo General de la Nación: “la Ley permitió un aumento en la contratación de profesionales por parte de entidades públicas y privadas así como mejorar los niveles de remuneración de los profesionales debido a la alta demanda de profesionales, cuya oferta no alcanza a ser cubierta.”
Ante la demanda de profesionales archivistas, se abrieron nuevas escuelas de formación, y el fortalecimiento de las ya existentes, dando espacio a escuelas emergentes que hacen cobertura nacional con sus egresados como es el caso de la Universidad del Quindío con su Programa de Ciencia de la Información, Documentación, Bibliotecología y Archivística; sin embargo, como se enunció anteriormente, la oferta actual de archivistas no es suficiente para atender los procesos técnicos y administrativos asociados con la adecuada gestión de los archivos públicos y privados.
El apoyo de entidades del Estado como el Archivo General de la Nación, mediante la expedición de Acuerdos y Circulares que exigen el diseño e implementación de instrumentos archivísticos con personal idóneo, es un avance en el incipiente proceso de articulación de acciones de las entidades con miras a hacer de los archivos y los archivistas una causa común.
La participación de profesionales archivistas en los Consejos Departamentales y Distritales de Archivo, nominados conjuntamente por el Colegio Colombiano de Archivistas y la Sociedad Colombiana de Archivistas, es un logro importante para la participación de los archivistas del país en la formulación de políticas nacionales, regionales y distritales de archivo.
Los naturales tropiezos.
Dado que en la nomenclatura de los cargos públicos (Departamento Administrativo de la Función Pública), no aparece explícitamente el cargo de archivista, las entidades han incrementado la contratación mediante la figura de prestación de servicios, y los cargos, esta es una tarea pendiente por parte de gremios y entidades del sector.
Derivado quizás de la falta de compromiso de gremios, entidades constituidas al amparo de la Ley 1409 de 2010 y escuelas de formación, los archivistas no están contemplando la aplicación en rigor del código de ética, lo cual redunda en productos archivísticos con poca o mala calidad técnica, en algunos casos causados por deficiencias en la formación, en los diferentes niveles (técnico, tecnológico y profesional) o por afán de generar mayores ingresos (ejecución de varios contratos al mismo tiempo o abandono de cargo o contrato para tomar otro).
En las regiones donde no es posible la participación de profesionales universitarios, los trabajos están siendo asumidos por profesionales de otras carreras, con escaso conocimiento técnico, que redunda en los productos de baja o mala calidad, y sin la menor observancia del código de ética.
El camino por andar.
Siendo esta una oportunidad histórica para realzar la labor del archivista colombiano, los gremios, escuelas de formación y entidades creadas mediante la Ley, tienen los siguientes retos urgentes:
La exigencia del cumplimiento del código de ética para quienes laboran en los archivos, mediante acciones pedagógicas, así como la conformación de tribunales de ética en todo el territorio nacional, esto implica ampliar la base de afiliados y matriculados para que puedan ejercer la profesión con los deberes y derechos que la profesión exige.
Una colaboración más estrecha entre entidades que tienen que ver con los archivos y los archivistas del país, con miras a exigir profesionales en los puestos claves, así como las instancias de coordinación y control (consejos, comités, comisiones), donde se formulan las políticas y estrategias de intervención de los archivos y documentos.

Finalmente, se requiere repensar en una estrategia para profesionalizar a quienes laboran en archivos de entidades públicas y privadas, mediante una masiva campaña de formación en conocimientos y valores para hacer de la nueva generación de archivistas, profesionales comprometidos con su quehacer diario y una firme convicción de que la labor que se desempeña se traducirá en una mejor disposición de la memoria documental del país.

LOS WAYUU Y EL TRANSITAR EN LIBERTAD: NOTICIAS DESDE LA FRONTERA

Los wayuu no fueron tenidos en cuenta para determinar el cierre de la frontera colombo-venezolana y sus dirigentes no han defendido los intereses colectivos de la sociedad que dicen representar.
Los miembros de la nación wayuu han habitado ancestralmente el territorio que hoy se constituye en la frontera de los estados nacionales de Colombia y Venezuela, desde ese territorio (Departamento de La Guajira al Norte de Colombia y el Estado Zulia en Venezuela) se ha desarrollado el universo cultural wayuu, adoptando prácticas de supervivencia diferentes a la pesca y pastoreo. Esas prácticas de supervivencia son comercio a pequeña escala y suministro de alimentos para sus familiares en la desolada y árida Alta Guajira colombiana.
Antes del cierre de la frontera, el desabastecimiento de alimentos y artículos de primera necesidad que mostraban los medios de comunicación en Venezuela, contrastaban con el ingreso de toneladas de alimentos y gasolina de contrabando a territorio colombiano; mientras tanto, los habitantes wayuu de la Alta Guajira vivían el rigor de la hambruna y escasez de agua, en parte por la falta de visión de los gobiernos nacionales, regionales y locales para atender el asunto del cambio climático o por la corrupción administrativa cohonestada por líderes y dirigentes wayuu, que solo piensan en su interés particular en vez del interés general de pervivencia de su cultura.
Al tomar la decisión de cerrar la frontera en la zona del territorio ancestral wayuu, el presidente Maduro y el ministro Arreaza anunciaron que la frontera se cerraba, y dejaba libre tránsito para los wayuu. No obstante, la realidad fue otra: muchos wayuu que tienen familiares en ambos lados de la frontera, no pudieron transitar libremente y tuvieron que llegar a su destino por trochas (caminos) inseguras para evadir los retenes militares, con el riesgo que ello implicaba para la integridad y seguridad de mujeres, niños y ancianos. Es que los wayuu nunca necesitaron de documentos, visados o permisos para traspasar la frontera, y el tema de fondo es la seguridad que deberían recibir los wayuu por parte de los gobiernos de Colombia y Venezuela en su calidad de ciudadanos de los respectivos países.
Durante este episodio llama la atención la apatía de los dirigentes wayuu de ambos lados de la frontera; el liderazgo wayuu en Venezuela que ha tenido asambleístas y viceministros consentidos del régimen democrático del fallecido comandante Hugo Chávez no se pronunciaron sobre el maltrato al que fueron sometidos sus representados; la dirigencia wayuu del lado de Colombia mantuvo el silencio cómplice frente a los atropellos denunciados por los mismos wayuu (exceptuando a la Junta Mayor Autónoma de Palabreros, que emitió un comunicado), incluyendo la muerte reciente de dos de sus miembros en manos de la Guardia Nacional Bolivariana.
Más allá de las opiniones y pasiones que despiertan la medida del cierre de la frontera (tanto en Caracas como en Bogotá), lo que se evidencia son los siguientes aspectos: una falta de política seria para las fronteras de ambos países, especialmente lo relacionado con la protección de derechos colectivos de las comunidades más vulnerables; la incapacidad del gobierno bolivariano para controlar la hemorragia de alimentos y combustibles que circulan en las noches por los diferentes senderos de la frontera, y finalmente, una crisis de liderazgo wayuu para hacer reclamaciones y asumir posturas enérgicas cuando se trata de defender los derechos de las comunidades wayuu que habitan en Colombia y Venezuela.
Esta es mi palabra.
Fuente: Por Ignacio Manuel Epinayu Pushaina (Colombia), especial para ElOrejiverde
Fecha: 28/9/2015

COMENTARIOS SOBRE GREMIOS Y TARJETAS PROFESIONALES (ARCHIVISTAS Y BIBLIOTECÓLOGOS)

No he visto un organismo fuerte sin unión y sinergia de sus miembros, tampoco he visto organizaciones que se mantengan solitas. El valor de las tarjetas profesionales de Bibliotecólogo (CNB) y Archivistas (CCA), por el que se quejan algunos colegas, así como el pago anual de afiliación, se supone son para ayudar a solventar el funcionamiento de dichas entidades.

Los pagos de dichas tarjetas se hacen por una sola vez, las afiliaciones anual. No he visto que los arquitectos se quejen por pagar un salario mínimo por sus tarjetas, antes por el contrario debería ser un privilegio obtener dicho documento.

Por otro lado, se oyen voces para crear una confederación de Archivistas y Bibliotecólogos, cosa que no es mala si no fuera por la situación que vivimos (como parte del mal que aqueja al país en general).

En el caso de la Sociedad Colombiana de Archivistas, es importante precisar que el número de afiliados es considerablemente bajo comparado con las quejas, rumoreos, manoseos y escarceos del que son víctimas las agremiaciones y sus voluntarios dirigentes por parte de profesionales que no participan debates, asambleas y propuestas de consolidación gremial. El único propósito de los gremios es la defensa de los intereses colectivos de los archivistas del país, y si no hay fuerza a pesar del esfuerzo es porque la base social que soporta dicha defensa es incipiente y poco propositiva.

Como es usual en estas fechas, los gremios y organizaciones preparan sus asambleas anuales, donde se esperan bloques de propuestas para mejorar lo que se ha venido haciendo mal en dichas organizaciones. No basta con asistir con derecho a voz sin voto (por no pagar la cuota de sostenimiento), donde muchas veces se asiste para boicotear dichos eventos, sino que se deben llevar propuestas concretas y el compromiso de llevarlas a cabo.

Sobre la Confederación, ésta debe surgir como voluntad de los gremios expresada en sus respectivas asambleas, y éstas tienen legitimidad y legalidad en sus convocatorias, luego hay que pagar.

@Ignacioepinayu

EL TAMAÑO DE UNA INDIGNACIÓN: EL CASO DE LOS NIÑOS WAYUU Y LA DESNUTRICIÓN INFANTIL EN LA GUAJIRA

Es antiético, en todo sentido, discutir por la cifra de niños
muertos por desnutrición…”

Que muera un niño wayuu es enterrar nuestro futuro, que muera un anciano wayuu es entregarle nuestra memoria a las manos del olvido. Los medios de comunicación han llenado de páginas enteras noticias sobre la muerte de niños wayuu por causa de la desnutrición y el abandono del Estado. Usualmente la palabra para dramatizar las noticias es la misma: INDIGNACIÓN.

Se indigna el usuario de Facebook dándole “Me Gusta” a las publicaciones, se indigna el político que se abraza con los autores del crimen a nivel nacional, regional y local. Y el resultado de la indignación es proporcional al olvido que vivimos en un país donde es más importante la noticia de un reinado, que la captura de los aliados de quienes han participado del genocidio al que es sometido mi pueblo. Se indigna el dirigente que aprovecha la marea de la indignación para pescar un contrato de suministro de alimentos o algo parecido. Se indigna el ciudadano desprevenido que también aplaude la sagacidad con que el delincuente huye de la justicia.

Miro otras realidades y me entero que en muchas partes del mundo hay desnutrición infantil, hay corrupción y el cambio climático ha golpeado formas de vida de cantidades personas de distintas culturas, en diferentes partes de nuestro planeta. Quizás el caso de La Guajira es el más llamativo por la reproducción de esquemas que no permiten el desarrollo humano de los habitantes de la península. Nadie entiende por qué falta agua potable teniendo planes departamentales de agua en los sucesivos gobiernos de La Guajira, con más de media frontera inundada de mar y El Cerrejón gastando diariamente más de 35 millones de litros de agua en sus procesos de extracción de carbón; nadie entiende por qué siendo la etnia más numerosa de Colombia, no tenemos ni senadores ni representantes que griten nuestros lamentos; nadie entiende por qué criticamos a los dirigentes de Uribia y los votamos de manera masiva en elecciones…

Se habla de 2 mil, 4 mil, y hasta 15 mil niños muertos por desnutrición, pero no se cuenta a los niños vivos que padecen esa tragedia, tampoco a las madres gestantes en estado de desnutrición; quizás el asistencialismo oficial ha desplazado formas originales de autogestión y solidaridad entre los wayuu, quizás los recursos entregados por el gobierno nacional y las nuevas formas de representación han desplazado a los legítimos dueños del destino de la Nación wayuu… Quizás ya sea hora de mirarnos al espejo de nuestra realidad por primera vez en nuestra historia.

Es posible que al final de este año, uno de los juguetes que algún espíritu filantrópico trajo a La Guajira termine sin dueño, quizás porque otro niño haya muerto por desnutrición o porque la anemia le quite las ganas de jugar. Mientras tanto, más de un indignado le dará “Me Gusta” a las fotos de posesión de los hijos, herederos o socios de los determinadores de la tragedia social que se vive en el Departamento de La Guajira.

A PROPÓSITO DE SALARIOS Y CONTRATOS LABORALES DIGNOS PARA ARCHIVISTAS EN COLOMBIA

“Antes la riqueza era la tierra, después lo fue la industria, ahora lo es el conocimiento.”
Desde que entramos a primer semestre se nos enseña que estamos en la sociedad de la información y del conocimiento. Mucho se ha reiterado que valemos por lo que sabemos: es la sociedad del conocimiento.
Quienes trabajamos en archivos, sabemos que gestionar información y conocimiento, va más allá de las actividades operativas que muchos de nuestros colegas muestran como gestión documental. La queja de algunas personas que presionan por contratos y salarios dignos es una propuesta válida pero no deja de ser ingenua, y por lo tanto alejada de la realidad social y económica de la profesión y del país.
La razón de esta última afirmación radica en que hay perfiles y diferentes niveles de formación para cada actividad involucrada en los procesos archivísticos. No será el mismo el salario o contrato de los modestos aprendices de Gestión Documental, que aún estamos dedicados a foliar hojas de documentos que no sabemos si serán eliminados o no, al de aquellos rutilantes consultores que nos hablan de Gestión Documental en ambientes electrónicos.
La archivística en Colombia es una profesión con gran proyección por razones normativas, tecnológicas, administrativas y de gestión del patrimonio, y cuenta con una Ley que protege los intereses de quienes ejercemos esta hermosa profesión. Pretender mejores salarios y contratos, debería pasar por hacernos una autocrítica sobre nuestro desempeño, entre lo que esperan las organizaciones y el impacto de nuestra actividad en los propósitos organizacionales: mostrar una inspección de archivo, como diagnóstico de gestión documental o mostrar un manual donde el mayor contenido son las normas, en vez de un Programa de Gestión Documental articulado a los planes y programas institucionales, debería ser la preocupación de profesionales, gremios y academia.
La Sociedad Colombiana de Archivistas, el ente gremial de mayor trayectoria y gestión en pro de los archivistas del país, ha expedido directrices para regular el pago de salarios y contratos, también ha promovido el cumplimiento de la Ley 1409 de 2010 en los diferentes escenarios de participación. Pero hay que recordar que la sociedad sola no tiene sentido sin el compromiso y aporte de los archivistas del país.
Al final, hasta podría tener razón el notable archivista que afirma que a las nuevas generaciones de archivistas se les olvida la dedicación y la ética para gestionar y preservar la memoria documental, que es la memoria misma del mundo. Es a partir de la pasión y entrega por nuestra profesión lo que nos dará la posición social y económica que reclamamos y no de sofismas como exigir salarios y contratos altos, independiente del desempeño profesional. La tarea, por lo tanto es fortalecernos a nivel gremial y promover la Ley que protege los intereses de los archivistas.

DIJO USTED, ¿NO SEA INDIO?

A propósito del reconocimiento de la diversidad cultural en la Constitución Política de 1991, a propósito de la prohibición de discriminación por razones de sexo, origen étnico y religioso, a propósito de la Ley que prohíbe la discriminación racial en Colombia, a propósito de una imagen viral que dice“¡NO SEA INDIO!”…

Soy indio porque traigo como apellidos los nombres de mis clanes familiares de la Nación Wayuu, hablo la lengua de mis ancestros, y también hablo el idioma que los paisanos de Cervantes diseminaron en estas tierras que tú y yo compartimos con el nombre de Colombia.

Soy indio porque conozco las historias ancestrales de mi pueblo, y también conozco muchos pasajes de los mitos fundacionales de Colombia; lo primero me ha permitido el dominio de mi lengua nativa (wayuunaiki) y lo segundo un modesto uso del castellano (alijunaiki).

Soy indio porque conozco mi sistema normativo wayuu, y también conozco y respeto las leyes de la Nación colombiana; soy consciente del sistema de creencias de mi pueblo indio y también conozco el tuyo, no para “civilizarme” sino para comprender como asumen sus infortunios y esperanzas las otras civilizaciones.

Soy indio porque respeto las voces de mis ancianos, y se comportarme según las costumbres de mi pueblo, y también respeto los semáforos y las filas en las diligencias y en el Transmilenio. Camino por las cebras y cedo la silla a los ancianos, mujeres y niños; también pido perdón para disculparme por mis actos,nunca para desafiar al otro.

Soy indio porque me indignan las injusticias, y me duelen tantas noticias sobre las miserias a las que este sistema ha sometido a mi pueblo; me gusta el desarrollo, pero me indigna el mal uso que los tuyos le dan a los recursos de nuestra abuela tierra.

Soy indio porque mi respeto es tan infinito hacia mis ancianos, que no los imagino desperdiciando su sabiduría en fríos y solitarios ancianatos, sino yo al pie de ellos escuchando y reafirmando me esencia india.

Soy indio porque tengo la memoria larga, y acuno en mi india cabeza los actos que los tuyos y los míos han hecho para que tú y yo nos hablemos en tiempo presente; puedo comer tranquilamente con las manos en la más humilde cocina wayuu, y también puedo hacerlo usando los cubiertos. En cualquiera de los escenarios, no soy ni más ni menos indio, tan solo me hace feliz hacer realidad aquello que los tuyos pomposamente llaman interculturalidad.

Por eso cuando acudes a expresiones como “no sea indio”, “ese indio”, “mucho indio”, presencio atónito como exclamas tu propia limitación para explicar lo absurdo de la sociedad sin identidad que pretendes construir, una sociedad sin orden, sin memoria ni respeto hacia ella misma.


Esta es mi palabra.

@Ignacioepinayu

URIBIA: ¿80 AÑOS ESCRIBIENDO PROGRESO?

(Articulo publicado en 2015)

En el actual casco urbano del municipio de Uribia, existió un territorio habitado llamado Ichitkii, ichii se llama el divi-divi en wayuunaiki. En ese territorio se fundó administrativamente Uribia, en honor a un general de la república, motivado tal vez por la tradición militar del fundador de este asentamiento alíjuna en territorio wayuu. A pesar de ser fundado en un asentamiento wayuu, Uribia se movió en dos realidades: la urbana, alíjuna, estrecha, con el imaginario de desarrollo copiado de otras latitudes, pero realizada con ahínco y honestidad por sus primeros habitantes; la rural, wayuu, extensa, al olvido de la administración central, con su propia dinámica social y cultural.

Desde la mirada alíjuna, Uribia se fundó como una forma de control territorial por parte del Estado colombiano; desde la mirada aborigen fue una imposición de formas de autoridad, administración y cumplimiento de normas ajenas a las costumbres consuetudinarias de las comunidades locales.
Muchos habitantes rurales, responden con la expresión “urribiamüin” (“para Uribia”, “hacia Uribia”), cuando le preguntan para donde va. Y se equivocan quienes asocian toda Uribia con la expresión “Ichitkii”, porque no es una expresión que aglutine a lo que debería ser uribicidad, ya que existen otras zonas de Uribia que tienen su propia denominación (Jala’ala, Jonjoncito, Petsuapa, Shoshinchon, etc.).

En 80 años de vida administrativa, este pueblo tuvo momentos de auge y decadencia: en su temprana vida como municipio fue capital de la intendencia de La Guajira, tuvo el primer banco, se implementó el primer sistema de redes de acueducto para los pocos barrios con los que fue fundado, luego las primeras luces del incipiente sistema de alumbrado público y un pequeño aeropuerto. Era el tiempo de la Uribia local, tiempo en que ir a Bogotá era una hazaña, tiempo en que los dirigentes administraban con eficiencia y honestidad los pocos recursos.

Posteriormente, gracias a dos sucesos importantes (elección popular de alcaldes y recursos del sistema general de participación), cambiaría el imaginario de desarrollo soñado por los primeros fundadores de lo que después comenzó a llamarse irónicamente “la capital indígena de Colombia”. La descentralización territorial hizo que el municipio recibiera considerables recursos diferentes a sus ingresos propios, y el pueblo comenzó a cambiar sus casitas de barro y zinc por toneladas de cemento y eternit; la vieja red de acueducto y alcantarillado fue sepultada por el arrollador paso de los pavimentos que ahora calientan más el otrora refrescante clima uribiero, ahora se enterraba la realidad del atraso y se daba paso al espejismo del progreso y desarrollo: porque hoy uribia tiene el índice de necesidades básicas insatisfechas, como uno de los más altos del país.

Aunque muchos quieran maquillar la realidad con el desgastado concepto de progreso y desarrollo,en realidad Uribia ha tenido la oportunidad de modernizarse en los últimos 25 años de vida administrativa, prueba de ello es que en pleno siglo XXI la zona urbana de este municipio no tiene cobertura de acueducto y saneamiento básico en la totalidad de la zona urbana, no tiene interconexión con sus zonas rurales, carece de conectividad, el subempleo y la informalidad son hechos cotidianos, no existe planificación del crecimiento urbano y ni capacidad de demanda de servicios esenciales. 

Ni hablar de la cobertura en la zona rural, ni de la falta de una política pública que integre los planes de vida de las comunidades rurales a un auténtico plan de desarrollo municipal, ni hablar del modelo educativo y la incipiente capacidad instalada de hospitales para una población que excede los 120 mil habitantes. Ni hablar de ‘lo wayuu’, porque siendo Uribia un territorio ancestral wayuu, no pudo consolidarse una transformación que le diera la grandeza a la ‘nación wayuu’ tantas veces cacareada por líderes, dirigentes y gobernantes.

Visto lo anterior, Uribia transita hacia su primer siglo de vida administrativa con muchas deudas con sus habitantes ancestrales, presentes y futuros. Me alegra como uribiero haber nacido en ese territorio, con el cual tenemos una deuda social, la cual queremos pagar, pero no a cualquier precio. Hemos crecido y sabemos que el “todo vale” no es sano para la sociedad y sus individuos.

Feliz cumpleaños, mi Uribia del alma. Te quiero octogenaria y real, con tus dificultades y potencialidades; no te quiero maquillada de un progreso que no aún ha llegado.


En la distancia, tu hijo entrañable.

@ignacioepinayu

¿LA VIOLACIÓN Y EMBARAZO DE NIÑAS WAYUU OBEDECEN A RAZONES CULTURALES?

Ante los recientes hechos relacionados con el embarazo de una niña de 12 años que dio a luz, frente a la opinión de funcionarios del Instituto de Bienestar Familiar con relación a la defensa de la niñez, comparto con ustedes mi opinión en mi condición de wayuu y tío materno de varias niñas wayuu:

No hay excusa para justificar el atropello físico y psicológico del que es objeto la mujer wayuu negándole el legítimo derecho que tiene al deleite de su infancia. Desde la palabra misma de nuestra cultura, existe la diferencia entre la niñez y la adultez y lo que ello significa en la procreación de nuestra cultura a través de sus diferentes instituciones.

Siendo muy pequeñas las llamamos Joukalü,cuando ya están creciditas y antes de llegar a la edad de su primera menstruación la llamamos Jintulü o Jimoolü, es en esta edad donde se produce el ritual del encierro, la etapa más crucial de la existencia de la  mujer wayuu; es aquí donde la niña se prepara espiritualmente y físicamente para ser mujer en unos cuantos años más de maduración física y psicológica. Por lo tanto, la institución-encierro no es una fábrica de objeto-mujer para uso inmediato al periodo de encierro. En otros tiempos, el periodo de encierro y preparación para la vida podía demorar meses y años; hoy en día, por negación o desconocimiento de las instituciones educativas, ese periodo se reduce a no más de una semana.

Pasado ese periodo, y cuando la mujer tiene sus formas (física y psicológica) bien definidas está en edad de conformar una familia, procrear hijos y formarlos según su propia experiencia personal,esta es la edad conocida como la edad de la mujer-majayüt.

Quienes argumentan que los embarazos de niñas menores de 14 años obedecen a razones culturales distorsionan la esencia del encierro como institución de nuestro sistema cultural; quien viola y embaraza a niñas wayuu no son más que violadores que usan la máscara de‘lo cultural’ para evadir impunemente los castigos que realmente merecen,quienes los defienden seguramente no estarán dispuestos a permitir que sus hijas y sobrinas preadolescentes sean objetos de esta práctica burdamente llamada ‘cultural’.

Hay una expresión muy común, que podíamos traducir como el consentimiento de los actos: Achekalaa a’iinlo que el corazón quiere. Cuando alguien está de acuerdo con algo o quiere algo, cuando no hay presión alguna para tomar una decisión se dice Süchekalaa sa’iinsu corazón lo quiso. ¿Quiere el corazón de una niña ser mamá a sus escasos 12 años? ¿Prefiere el corazón de una niña ser esposa a los 12 años en vez de estar jugando con niños de su misma edad?

Si la respuesta es afirmativa, estamos ante el funeral del encierro como institución de nuestra cultura, lo cual explica porque tanta fragilidad cultural y lingüística en la cultura wayuu. El fin del encierro como institución explica porque las nuevas generaciones de niños wayuu no hablan wayuunaiki, usando su condición de indígenas para evadir medidas legales, mientras se hace uso de prácticas no indígenas como el robo, el secuestro, el irrespeto por los mayores, la prostitución y toda esa cadena de horrores que la globalización ha dejado en su paso arrollador sobre la diversidad.

Unos dirán que son las madres lasque entregan a sus hijas, que son las autoridades tradicionales las responsables directas, otros dirán que son el Estado y sus instituciones las primeras en irrespetar nuestro sistema cultural; yo en cambio digo que se requiere un dialogo intracultural e intercultural urgente, para rescatar el encierro como institución cultural, pero también campañas gubernamentales (y de organizaciones no gubernamentales) “contextualizadas” para erradicar este flagelo que corroe nuestro sistema cultural. La dignidad de la mujer wayuu se defiende desde la semilla misma, y es urgente emprender una campaña por la defensa de la niñez wayuu.

Esta es mi palabra.

@Ignacioepinayu