“He
dejado mi palabra en ti, ella es como una semilla para cultives tu destino…”. Anciano wayuu.
La
palabra mueve nuestro mundo wayuu. Hay palabras frías o calientes, palabras de
dolor o alegría, palabras que agitan las tranquilas agua de la historia o
aplacan el viento que ensucia nuestra vista… La palabra hace visible lo
invisible y mueve nuestra historia pasada y presente. Sin la palabra seríamos
nuevamente los animales que hoy son los símbolos de nuestro linaje.
El palabrero (pütchipuu) lleva la palabra de paz y respeto, la palabra que puede
enderezar el curso de los caminos desviados; él lleva la palabra para apaciguar
los ánimos apasionados donde brotan las palabras calientes, adoloridas y que
ensucian la visión. Es el mediador, el arquitecto que construye los caminos de
la armonía social, el que tiene la capacidad de trazar los caminos para
restablecer la armonía que siempre debe darse entre los clanes, entre los
hermanos que nacimos de la misma historia wayuu, sukuaipa wayuu. Seguiremos siendo wayuu mientras recibamos con
respeto el gesto adusto de nuestros familiares cuando nos dicen en tono
confidencial: esü kasachiki, vienen
malos momentos. Cuando el wayuu escucha que le-van-a-mandar-la-palabra, hay
razón suficiente para preocuparse, se siente en el ambiente los pasos del
palabrero, se ha infringido una norma de convivencia entre nuestros semejantes.
La
palabra del palabrero es una palabra
que tiene peso, tiene historia, trae la solemnidad de la tradición que ha sido
respetada por nuestros familiares de lejanos tiempos. Es una autoridad moral de
nuestra cultura. No se puede confundir al palabrero con un narrador de
noticias, o con un abogado que litiga para mantener su sustento diario. La
inmaterialidad, declarada patrimonio inmaterial de la humanidad en el año 2010,
del oficio del palabrero radica en que es una actividad que se lleva a cabo sólo
cuando hay tensiones entre las familias, cuando se transgrede alguna norma de
convivencia.
A pesar
de toda nuestra riqueza cultural, la sociedad alíjuna (no wayuu) desconoce la esencia de nuestra palabra, el
significado de nuestros sueños, el valor de nuestras tradiciones. Hemos visto como se usan los elementos
de nuestra cultura sin valoración, comprensión, ni respeto, como es el caso de
las mantas de nuestras mujeres, de nuestras mochilas. Hemos soportado que nos
muestren como parte de la decoración para recibir a los funcionarios públicos
vestidos de blanco inmaculado que visitan las regiones. Hemos
visto como muchas empresas se apellidan wayuu (“wayuu flowers”, “transportes
wayuu”…) sin aportar nada a nuestras comunidades, y ver nuestras artesanías en
las pasarelas de Milán y otros lugares, silenciando las historias y las mujeres
que las hicieron, y hemos visto palabras wayuu como nombres de instituciones a
las cuales pocas veces el wayuu tiene acceso (“La-guajira-sin-jamusiri”). Es la
tradición en manos de la ignorancia.
Un caso reciente que revela la ignorancia sobre
nuestras costumbres ocurrió
cuando el Alcalde de Riohacha anunció que le mandará-la-palabra al Presidente
de la República y a la Ministra de Educación (Diario del Norte, edición de mayo
2 de 2013, página 3). Desconoce el señor Alcalde y sus asesores que un alíjuna no puede mandar la palabra a
otro alíjuna, y mucho menos cuando se
trata de un asunto institucional. Desde la perspectiva del sistema normativo
wayuu, donde el palabrero es la figura central, las discrepancias
institucionales entre alíjunas no se
constituyen en transgresiones a las normas de convivencia wayuu. En este caso, se
pudo usar una metáfora alusiva a la palabra y el palabrero para recordarles al
Presidente y la Ministra, sus compromisos.
El
segundo caso es un periódico digital www.elpalabrero.com.co. Tal vez por falta
de creatividad o por la costumbre de buscar expresiones wayuu al azar para
nombrar entidades o novedades, se usa la expresión el palabrero a un medio de comunicación cuyo contenido informativo
son noticias. El desconocimiento de
los elementos esenciales de nuestra cultura, entre ellos la palabra y el
palabrero, al final termina negándola, negando con ella la posibilidad de
establecer diálogos interculturales basadas en el respeto hacia lo-otro.
He
visto como arrancan de su raíz al pequeño cactus para adornar reuniones oficiales
y luego lo tiran a la basura sin el más elemental respeto por la naturaleza.
Como el cactus, los nombres y elementos esenciales de la cultura wayuu, son
arrancados de su contexto natural, perdiéndose la posibilidad de darle su
verdadero significado y con ella visibilizar a aquellos que hacemos real la
multietnicidad y pluriculuralidad de la Nación Colombiana.
Esta es
mi palabra.
Ignacio
Manuel Epinayu Pushaina
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