Hay tres grupos de archivistas: los que se indignan por el
nombramiento de un Historiador como director del Archivo General de la Nación,
los que son indiferentes al nombramiento y los que ni se enteran de dicho
nombramiento. Al primer grupo correspondería el 10% de los archivistas
colombianos; al segundo y tercer grupo, el porcentaje restante.
Lo anterior nos obliga a preguntarnos ¿cuáles son las causas de
la indiferencia del archivista colombiano ante los procesos gremiales y
organizativos?
En un rápido sondeo con colegas archivistas, la primera palabra
que surgió para describir el fenómeno de la indiferencia del archivista, fue:
egoísmo. Actualmente los archivistas se caracterizan por la apatía hacia
aquello que implique trabajo en equipo, organización colectiva y unidad de
criterios para actuar conjuntamente para el desarrollo de acciones que
beneficien al gremio; se es egoísta al no compartir experiencias, conocimientos
y oportunidades, prueba de ello es que a la fecha no existe unidad de criterios
en la interpretación e implementación de normas y procesos técnicos
archivísticos (p.e. el concepto técnico sobre una tabla de retención revisada
por dos profesionales diferentes), lo cual trae como resultado reprocesos y
esfuerzos económicos para las organizaciones (“actualizar una tabla de
retención, es hacerla de nuevo”, se dice comúnmente).
Se critica, por ejemplo, a la Sociedad Colombiana de Archivistas
como si esta fuera un ente abstracto que debe desarrollar acciones milagrosas en
defensa del gremio, sin ningún esfuerzo económico o administrativo de por
medio; se exige acción gremial, sin ser partícipes de las reuniones y
actividades que se realizan en pro del desarrollo profesional.
La esencia de
todo lo anterior es el resultado de dos aspectos que conocemos ampliamente,
pero que nos negamos a admitir para avanzar: la incapacidad de reconocer al
otro y la forma como la gran mayoría de archivistas llegan a esta profesión:
1.
En primer lugar está la
incapacidad de escuchar al otro, el afán protagónico y la certeza de “mi verdad
absoluta”, es tal vez lo que no ha permitido construir comunidad, la
generosidad para intercambiar experiencias, información, conocimiento y
oportunidades. Prueba de ello es la falta de evolución en los procesos documentales
de las organizaciones por donde han pasado diferentes profesionales archivistas,
o la resistencia a construir colectivamente.
2.
En segundo lugar, se debe
admitir, que a esta carrera (administración documental, ciencia de la
información, sistemas de información, o como se llame) se ha llegado por medio
de una oportunidad laboral y no por la vocación de ser gestores o custodios de
la información contenida en soportes pasados, presentes y futuros; casi todos
los archivistas (técnicos, tecnólogos, profesionales, posgraduados), fueron
auxiliares de archivo o trabajadores ocasionales de algún proyecto de archivo o
en alguna unidad de información, lo cual hace que se vea esta profesión como la
oportunidad para escalar a nivel de cargo o salario, o para generar negocio. Y
que, por lo tanto, no se le debe nada a la sociedad.
Visto lo
anterior, quedan dos caminos por andar: resignarse al pasado, o pensar en los
nuevos tiempos para el futuro gremial del archivista colombiano. Sobre el
primer camino, solo queda redactar las memorias del gremio; sobre la segunda se
avizora un ejército de jóvenes archivistas colombianos ávidos de construir
memoria en el posconflicto, a quienes se les debe enseñar una nueva ética de
compromiso y respeto con y por sus colegas y la profesión; ello es posible con
el compromiso institucional de las escuelas de formación, el gremio, las organizaciones
gremiales (como la Sociedad Colombiana de Archivistas) y los profesores que
transmitan la pasión por el quehacer archivístico.
Ignacio Manuel Epinayu Pushaina
@ignacioepinayu
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