Ante los recientes hechos relacionados con el embarazo de una niña de 12 años que dio a luz, frente a la opinión de funcionarios del Instituto de Bienestar Familiar con relación a la defensa de la niñez, comparto con ustedes mi opinión en mi condición de wayuu y tío materno de varias niñas wayuu:
No hay excusa para justificar el atropello físico y psicológico del que es objeto la mujer wayuu negándole el legítimo derecho que tiene al deleite de su infancia. Desde la palabra misma de nuestra cultura, existe la diferencia entre la niñez y la adultez y lo que ello significa en la procreación de nuestra cultura a través de sus diferentes instituciones.
Siendo muy pequeñas las llamamos Joukalü,cuando ya están creciditas y antes de llegar a la edad de su primera menstruación la llamamos Jintulü o Jimoolü, es en esta edad donde se produce el ritual del encierro, la etapa más crucial de la existencia de la mujer wayuu; es aquí donde la niña se prepara espiritualmente y físicamente para ser mujer en unos cuantos años más de maduración física y psicológica. Por lo tanto, la institución-encierro no es una fábrica de objeto-mujer para uso inmediato al periodo de encierro. En otros tiempos, el periodo de encierro y preparación para la vida podía demorar meses y años; hoy en día, por negación o desconocimiento de las instituciones educativas, ese periodo se reduce a no más de una semana.
Pasado ese periodo, y cuando la mujer tiene sus formas (física y psicológica) bien definidas está en edad de conformar una familia, procrear hijos y formarlos según su propia experiencia personal,esta es la edad conocida como la edad de la mujer-majayüt.
Quienes argumentan que los embarazos de niñas menores de 14 años obedecen a razones culturales distorsionan la esencia del encierro como institución de nuestro sistema cultural; quien viola y embaraza a niñas wayuu no son más que violadores que usan la máscara de‘lo cultural’ para evadir impunemente los castigos que realmente merecen,quienes los defienden seguramente no estarán dispuestos a permitir que sus hijas y sobrinas preadolescentes sean objetos de esta práctica burdamente llamada ‘cultural’.
Hay una expresión muy común, que podíamos traducir como el consentimiento de los actos: Achekalaa a’iin, lo que el corazón quiere. Cuando alguien está de acuerdo con algo o quiere algo, cuando no hay presión alguna para tomar una decisión se dice Süchekalaa sa’iin, su corazón lo quiso. ¿Quiere el corazón de una niña ser mamá a sus escasos 12 años? ¿Prefiere el corazón de una niña ser esposa a los 12 años en vez de estar jugando con niños de su misma edad?
Si la respuesta es afirmativa, estamos ante el funeral del encierro como institución de nuestra cultura, lo cual explica porque tanta fragilidad cultural y lingüística en la cultura wayuu. El fin del encierro como institución explica porque las nuevas generaciones de niños wayuu no hablan wayuunaiki, usando su condición de indígenas para evadir medidas legales, mientras se hace uso de prácticas no indígenas como el robo, el secuestro, el irrespeto por los mayores, la prostitución y toda esa cadena de horrores que la globalización ha dejado en su paso arrollador sobre la diversidad.
Unos dirán que son las madres lasque entregan a sus hijas, que son las autoridades tradicionales las responsables directas, otros dirán que son el Estado y sus instituciones las primeras en irrespetar nuestro sistema cultural; yo en cambio digo que se requiere un dialogo intracultural e intercultural urgente, para rescatar el encierro como institución cultural, pero también campañas gubernamentales (y de organizaciones no gubernamentales) “contextualizadas” para erradicar este flagelo que corroe nuestro sistema cultural. La dignidad de la mujer wayuu se defiende desde la semilla misma, y es urgente emprender una campaña por la defensa de la niñez wayuu.
Esta es mi palabra.
@Ignacioepinayu
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