jueves, 14 de mayo de 2020

UNA VALIENTE MADRE WAYUU

Dicen que minutos antes de nacer, ese gran ser humano que me dio la vida se levantó lentamente, buscó el cuchillo de la cocina, lo afiló y caminó lentamente hacia el interior de la casa-habitación, entró y cerró la puerta, la trancó por dentro y tapó los hoyos subrepticios de las paredes de barro. Dicen que hizo una pequeña loma de arena que me recibiría y al rato se escuchó mi llanto, mientras ella misma cortó el cordón umbilical. Cordón que aún está unido a pesar de tanta ausencia...
De ella me nutrí biológica y culturalmente. Me contó mitos y cuentos de mi cultura, me narró muchas historias oídas o vividas por ella. Me gustaba madrugar a su lado a prender el fuego con tizones que escondíamos entre la ceniza durante la noche anterior; los dos tomábamos los primeros pocillitos de café fuerte. En los amaneceres o mientras caía la noche le escuchaba historias de kerraliaa, de yolujaa, de pulowii, de Isheshen; era apasionante escuchar sobre sus sueños y las interpretaciones que le daba. Yo era muy necio contándoles de los sueños que quería cumplir.
Un día me contó que los wayuu ricos y poderosos andaban en altas mulas que infundían respeto y temor en algunos casos. Eran los wayuu-washirrü, los que viajaban en sus mulas sobre las cuales desplegaban toda su riqueza ornamental. Una vez me dijo: ni a ellos les tengas miedo. Sostenles la mirada cuando te encuentres con ellos. No importa que seamos pobres, ellos tienen mulas, nosotros tenemos dignidad.
El último recuerdo que tengo de ella, es una escena de nosotros dos rellenando galletas soda con diablitos Underwood, los mejores. Hablábamos de cualquier cosa mientras comíamos galleta con diablito y tomábamos maltín polar. Una galleta ella, una galleta yo, y nos mirábamos y sonreíamos mientras comíamos. Come más, que en esto llegan los niños, le dije.
Su carácter fuerte contrastaba con la infinita bondad de su alma y la nobleza de su corazón, en eso admito que no fui el mejor aprendiz. Ella me enseñó, con el ejemplo, a luchar y trabajar. Nunca robes ni bajes la mirada, ni siquiera ante los que andan sobre sus mulas, me decía...

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