“Nojoo püsirrein taya yotshi, anoujüshi tayá/ No me ofrezcas trago, soy creyente”. Un testigo de Jehová en wuinpümüin.
Notas. 1. La presente nota contiene puntos de vista de Daza Villar en “Hijos de Dios y de la Constitución”, algunos comentarios de David Guillermo y las reflexiones propias del autor. 2. Esta nota respeta la libertad de creencias, pero critica los planteamientos que niegan la existencia de un sistema cultual como medio para imponerse.
Maleiwa es un personaje insignificante en las narraciones (Perrín) y en la cotidianidad wayuu, tal vez sea un relato introducido para hacernos creer que nuestros ancestros caminaron cuarenta años por el desierto y comieron maná en vez de tulujashi; el himno nacional de Colombia en su primera versión (oh rrorria mayarurasa…) fue un intento vacío por sembrar el sentimiento de patria en un pueblo con identidad propia. Tales afirmaciones tienen en común tres elementos foráneos que han atentado sistemáticamente contra la existencia de la Nación wayuu: Estado, Educación y Religión.
Ante los vanos resultados de reducción de los wayuu, mediante arcabuces y caballos, los nacientes Estados, en especial Colombia, se aliaron con la iglesia católica para salvar las almas de los indios salvajes y hacerlos hijos de Dios (católicos devotos, creyentes y sumisos ante un sistema de creencias externo levantado sobre la negación de un sistema cultural propio) y de la Constitución (es decir, hacerlos ciudadanos e integrarlos a la vida civil). Las primeras misiones se hicieron recorriendo el territorio wayuu y en cada ranchería llevaron el mensaje de salvación, los abnegados salvadores de almas acudieron a su sonrisa piadosa para convencer de las bondades de la santa madre iglesia. Lo anterior fue un acto fallido, debido al extenso territorio, la dispersión de las rancherías y las autonomías de cada linaje (Daza Villar).
Al ver que todo esfuerzo por catolizar adultos fue inútil (viejos tercos!), usaron los internados indígenas en diferentes puntos del territorio ancestral (anclajes de civilización), fue la educación en los internados donde se avanzó tímidamente en el proceso asimilacionista. En los internados se cortaron los largos cabellos de niños y niñas, el encierro de las adolecentes fue segmentado en periodos establecidos por los curas y no por las tradiciones ancestrales, la práctica de los sueños fue reemplazada por las profecías bíblicas y evangelios, la socialización de los sueños fue cambiada por las laudes y oraciones matutinas; la compensación de las faltas fue reemplazada por el perdón y el principio de solidaridad dio paso a la compasión como práctica social. En los internados los asheinpalaa(y no el alijunizado sheinpara), los siirraa y los kousü, fueron cambiados por camisas, pantalón y zapatos…
En su largo recorrido por el territorio wayuu los padres capuchinos entendieron que la evangelización debía ser de largo plazo, como es costumbre en las comunidades indígenas; entendieron que los niños internos serían los futuros padres (y madres!) y futuros educadores de la nueva extirpe de seguidores de cristo (Ay Jesús… si supieras todo lo que han hecho estos manes en tu nombre!...).
Y resulta que en 1915 se celebró el primer matrimonio católico de parejas wayuu (Daza Villar). Tal vez sea la primera noticia que se tenga de un evento mediático en nombre de lo wayuu (30 matrimonios!). Tal como fue previsto, en los nuevos matrimonios católicos fueron protagonistas los antiguos internos, cooptados en su infancia para creer en nuevos dioses, en nuevas prácticas culturales “civilizadas”, entrenados para enseñar a leer y escribir, para enseñar en su cotidianidad el nuevo mensaje de salvación, instruidos para enseñar el padrenuestro y el avemaría.
En los albores del siglo XXI, con una constitución que reconoce lo multiétnico y pluricultural, con tecnologías de la información y las comunicaciones, ha cambiado el panorama?.
Los internados se mantienen con los nuevos instruidos en la creencia en Maleiwa, aparecen nuevas religiones (los mensajeros de Jehová, los seguidores de Alá y los fanáticos del socialismo del siglo XXI…) tan perversos como sus antecesores, recursos de transferencia que son feriados y parrandeados, aplicación de políticas etnoeducativas que son negociadas en nombre reivindicaciones históricas fallidas y obsoletas, seudolíderes que copian y pegan fotos y citas impunemente en cartillitas mientras hablan del apoyo de viejos que nunca han escuchado en wayuunaiki, un Estado que traduce articulitos de la Constitución en wayuunaiki desconocida por los wayuu que habitan el inmenso desierto, una Ley de Lenguas Nativas explicada en alijunaiki (y traducida en wayuunaiki), políticos y politiqueros que en cada evento proselitista hablan de lo wayuu en alijunaiki para los alíjuna, puesto que el wayuu ya está arreglado por el cacique electoral o por una ronda de maíz, café y panela.
A pesar de tan desolador panorama, existe la certeza de que en la inmensidad del desierto, aún viven unos silenciosos guerreros de la historia que todavía sueñan, no esperan mucho de las nuevas generaciones, hablan con la naturaleza para compartir con ella sus cotidianidades, sonríen sabiamente ante la sonrisa nerviosa de los nuevos evangelizadores y las palmadas hipócritas de los mensajeros del desarrollo y el progreso; es por eso que mientras exista un sueño, un lugar pulowi, una flecha de juyá atravesando el silencio del desierto, un sueño extraviado en procura de ser contado, un muerto esperando ser huésped de Jepirra, siempre habrá motivo para recordar en nuestros agites cotidianos que somos el resultado de un gran sueño en espera ser escrito y materializado. En eso creemos los nietos de Juyá.
Mientras tanto, en cada cementerio, en cada tumba se erige una cruz como símbolo de la intolerancia de una cultura que no impedirá que nuestras almas cabalguen silenciosas hasta el camino de los indios muertos…
Que tengan buenos sueños.
IGNACIO MANUEL EPINAYU PUSHAINA.
C.C. 5.185.122
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