martes, 3 de enero de 2012

LA IDENTIDAD DE LOS NIETOS DE JUYÁ: MÁS ALLÁ DE LA PIEL MORENA

Esta piel morena tostada por el sol, estos ojos rasgados por el fuerte viento…”

Los de color moreno tostado por el inclemente sol del desierto, los de ojos rasgados por el fuerte viento que llueve casi siempre en la península, los de cabello lacio y de brillantes ojos negros, los de estatura media y andar vacilante, los de sonrisa tímida y mirada desafiante, los de palabras medidas y punzantes cuando de defender nuestras costumbres se trata. Los que escuchamos con atención a los abuelos cuando hablan (Nada de risitas tontas, nerviosas y burlonas!); los que escuchamos respetuosamente a los otros cuando nos hablan, pero resistimos en silencio a dejar de soñar para hablar con los nuestros que ya se han ido. Así somos los nietos de Juyá.
Fuimos siempre así?, seremos siempre así?...

Por razones de interacción con otras personas (no wayuu) y dado el carácter matrilineal de nuestro sistema de organización social y familiar, hemos aceptado a los hijos de nuestras hermanas, hijas y nietas, como parte de nuestros respectivos linajes; es por ello que podemos ver en nuestro territorio ancestral wayuu rubios de ojos azules y también negros de cabellos quietos. Hoy en día, hay rubios de ojos azules y negros de cabello quieto que hablan mejor wayuunaiki que los morenos de ojos rasgados que sólo hablan español.
Ellos (los alíjuna), siempre han estado esperando pacientemente el momento de borrarnos culturalmente, para “hablar de nosotros en tiempo pasado” (Fresia Catrilaf), como las historias oficiales: bobas, románticas, sesgadas, sin emociones, estáticas en letras y fotografías; eso han querido siempre, desde que tienen noción de codicia y obsesión por negar al otro, de vender al otro (discúlpame Judas que te tome como ejemplo!). Lo han intentado de diferentes modos y medios: con la religión, las escuelas, la burocracia estatal, las ideologías mesiánicas, la compra de tierras ancestrales en nombre del progreso (de ellos!) y las universidades para describir con otra forma de pensar lo que siempre fuimos…

Frente a los sistemáticos y sostenidos intentos asimilacionistas, hemos resistido con la fuerza de nuestra identidad: - La oralidad heredada de nuestros abuelos, al hablar y escuchar en wayuunaiki se puede comprender lo sencillo e inmenso que somos, se refleja la grandeza de nuestra historia; sólo cuando se escucha wayuunaiki aflora la fuerza poética de las narraciones de nuestros pensamientos, frente a la falacia de los informes que se presentan ante entidades e instituciones que otorgan “recursos” para legitimarse. – Los sueños, esa fuerte convicción de lo que somos, materializada en la comunicación permanente con el mundo de los que ya se han ido y que nos recuerdan siempre nuestros códigos de comportamiento, esos sueños que nos dicen que hacer y que no hacer, como medio para evitar que dejemos de soñar y actuar siempre. – El territorio, sólo una porción de tierra?, es el espacio vital donde nacimos y volveremos al final de nuestros días, es el espacio donde soñamos, nos reproducimos (física y simbólicamente!), donde vivimos la intensidad de nuestra existencia y morimos para ser visitados en nuestros cementerios (símbolo de la unión con nuestro territorio). – La solidaridad, principio presente en los miembros de nuestros respectivos linajes y al cual acudimos y acuden nuestros amigos en casos de infortunio…

Los que hemos tenido la experiencia de vivir lejos del territorio ancestral y no hemos dejado de lado (ni hemos negado!) la fuerza de nuestra identidad, sabemos lo doloroso que es estar físicamente en un lado y con el alma en el otro (“aquí estoy pero mi alma está allá”); sabemos lo que somos y lo que seremos. El ambiente pudo cambiar nuestra forma de vestir, pero no nuestra forma de pensar; aprendimos otros idiomas y otros conocimientos, pero nunca dejamos de pensar y hablar en wayuunaiki y nunca despreciamos la voz de nuestros viejos; nos pusieron ante el altar de muchos dioses, pero jamás renunciamos a nuestros sueños ni a la memoria de nuestros muertos; aprendimos de competitividad y competencia pero nunca abandonamos la solidaridad como principio; vivimos con los alíjuna (y las alíjuna!!!) pero tenemos la certeza de que moriremos y estaremos en nuestro territorio enterrados y tostados por el permanente sol, refrescados por el incansable viento que rasga nuestros ojos, pero que también refresca nuestra memoria colectiva…

Hijo, esto es lo que soy, para que nunca olvides tu origen; mamá, esto es lo que hiciste de mi, para que vivas siempre en mi memoria.

@Ignacioepinayu

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